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(¿En el año del libro…?) Una Pequeña Biblioteca

“Incorregible, impenitente coleccionador de libros, me ha enternecido a menudo frente a los felices poseedores de sólo unos cuantos libros, a los cuales conoce a fondo y los aman celosamente.

Unos cuantos libros nada más, por decisión de la voluntad o por imperiosa restricción de la economía, forman la biblioteca ideal y envidiable. La que —con perdón de mis amigos los libreros— aconsejo a los jóvenes y a los amigos que dan muestra de admirarse, sospechosamente casi siempre, ante mis hacinamientos de libros heterogéneos, o se manifiestan propensos a la tentación bibliómana, , !Nefanda tentación¡

Un estante de libros por toda biblioteca, un montoncillo de libros, compañeros de la vida, sobre la mesa de trabajo en un rincón escogido de la vivienda, me proporciona una sensación de agrado y de envidia incomparable. Y me hacen evocar mi “primera” biblioteca, organizada con tanto anhelo en años de temprana mocedad. Quisiera que las hubiese en todas las casas, pues las casas sin libros son semejantes a las casas sin niños o sin flores.

Los dueños de estos libros los han reunido con ilusión, a veces con sacrificio, se han englobado en sus páginas, se han entusiasmado con sus láminas o grabados, los vuelven a hojear con deleite, los releen encontrando renovados goces y huevas sabidurías en capítulos que daban por sabidos y en cuyas hojas dejó la primigenia lectura subrayados y señalillas como puntos cita para futuras incursiones, en pasajes que ahora, a la relectura, ofrecen sorpresas, distinto sentido, otras sugestiones y, de cuando en cuando, ¿por qué no?, alguna decepción. !Cómo¿ Esta frase anotada que pareció tan importante, es baladí. Pero también la belleza no descubierta a primera ojeada, con qué esplendor se da, ahora…

El escrutinio que de estos libros se haga puede comprobar encantadores hallazgos. Estarán allí, por de contado, algunos fundamentales junto a borrosos textos escolares guardados tal vez con rubor, la Biblioteca y El Quijote, la Iliana y La Divina Comedia, acaso alguna enciclopedia de notados tomos, unos cuantos libros de poemas y novelas consabidas, aquel volumen de filosofía o de llamada divulgación científica, o de viajes casi imaginarios, mejor si del siglo pasado, y de algunas actualidades mucho tiempo ha marchitas pero sobre las cuales gusta planear la nostalgia. Unas cuantas encuadernaciones “en pasta española”, unas pocas joyas bibliográficas de vario jaez… Algunos libros de “autores nacionales”, por ventura tal cual con complaciente dedicatoria que halagará un poco a los descendientes… o hará sonreír. ¿Y no algún libro prohibido por la censura eclesiástica o perseguido por la censura política? (Un poco de riesgo no cae mal a la juventud en adulto transido de temores.)

Cabe adivinar los goces y las inquietudes y las indecisiones del gustador de estos libros a la hora de adquirirlos, espaciadamente en los buenos días, y junto al adquirido en fin, el que se desea, los que se desearía y no ha sido dado alcanzar y, como todo objeto de pasión elidida, éste, cuanto más y más codiciado… ¿No estarían allí, con estos propios, aquéllos de que se ha oído hablar, aquellos otros de los que se ha leído referencias extraordinarias, aquellos que se vio, con qué pasión, en las librerías de amigos más favorecidos? ¡Por ellos, nuevos libros de caballerías, cuántas “fanegas de tierra de sembradura” no vendría Don Alonso Quijano!

Basta y sobra con la lectura de los libros de la modesta biblioteca que se pudo formar entre tantísimas tentaciones e imposibilidades y renuncias, para llenar toda la vida. Y debe confortar la idea que conforme crece el número de libros, se ensancha la ignorancia, aumenta el descontento, se enfría el apetito de la lectura, y tiempo y ojos y fatiga, ponen freno a las más turbulenta y desbaratada sed lectora. En cambio, con una lacónica biblioteca, tan fácil de analizar y de manejar, ¡de acariciar, se diría!, se tiene sosiego, se siente más seguridad en la vida, se cree en muchas cosas más. (Y no quiero decir aquí qué error tremendo es acumular libros “sin solución de continuidad”…) y qué de espació exigen, voraces, impaciente, incompatible con las restricciones, disposición y gusto de las casas modernas y de los asfixiantes apartamentos en que se confina cada día más el orgulloso e insatisfecho hombre de gran ciudad y de presunta gran ciudad).”